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jueves, 19 de noviembre de 2009

Alma confundida



Frustrado y metido en mi mundo como suelo acostumbrar, me dispuse a romper las memorias de aquel hombre melancólico que solía ser, tomé cartas en la situación de mi vida.
Prendí el televisor y vi el noticiero de las 12 en el canal 8, no suelo hacerlo pero de cierta forma me sentí comprometido con lo que sucedía en las cercanías del lugar.
Fue entonces que una mala noticia llamó mi atención, dos cobardes habían secuestrado a un hombre con una descripción que a mi parecer se me hizo muy peculiar, no escuche su nombre ni pude ver su rostro, pues en ese momento me distraje porque parecía que el chico era de la zona y yo quería averiguar quien rayos era.
En ese momento algo me llamó a salir por la ventana y vi que dos hombres, los cuales habían sido identificados como los autores directos de aquel secuestro, se estacionaban frente a mi casa, en la vereda opuesta en una lujosa camioneta 4x4 y llevaban consigo un paquete muy pesado, tocaron la puerta de la casa de los Andersson, una familia muy rica y muy adinerada, y dejaron el paquete dentro, a cambio de una jugosa suma de dinero.
En ese preciso momento, sin tener yo intención alguna, mi cuerpo se movió forzándome a seguirlos de manera tempestiva.
Al bajar las escaleras encontré a mi madre llorando en la sala, yo imaginé que sería por la fuerte riña que tuvimos al empezar el día y decidí no molestarla en ese momento, fue algo muy fuerte que me obligo a largarme de la casa por un buen rato.
Al salir a la calle me di con la sorpresa de que ellos ya habían escapado, pero era obvio que ahora los verdaderos secuestradores eran nuestros vecinos, los Andersson, que mandaron sicarios a realizar el trabajo sucio.
Me asomé a su cochera y tuve la suerte de poder sacar el seguro sin problemas, parecía que tenía complejo o madera para ser una especie de ladrón, habían muchos paquetes gigantes como el que había visto hacía ya un rato y por el olor, asqueroso por cierto, deduje rápidamente y sin esfuerzos que se trataban de personas, ¡y muchas!
No lo dudé y me dispuse a abrir los paquetes.
¡Demonios!, eran personas a las cuales les faltaba algo del cuerpo y se les notaba un maltrato monstruoso al haberles quitado algún órgano y/o extremidad, lo raro era que al ver bien los paquetes encontraba en cada uno de ellos una bolsa que contenía cada parte sustraída de los sujetos.
En un momento dado un silencio total invadió el lugar, se escuchaban pasos en el corredor y de pronto el chillido ensordecedor de la vieja puerta de la cochera.
Me lancé al suelo y con suerte incluida encontré un gran escondite.
El señor Andersson se asomó por los ruidos provocados en la cochera y luego retornó a sus respectivas actividades al darse cuenta que nada había sucedido.
Yo seguía revisando hasta que me encontré algo inesperado.
¡Era mi cuerpo!, y mis ojos se encontraban en una bolsa plástica sucia y ordinaria, no pude evitarlo, me eché para atrás y comprendí el porque de mis impulsos de venir aquí.
Salí corriendo despavorido de aquella casa de asquerosos y repugnantes seres, no sin antes encontrar una carta que se me cayó al suelo que decía:

“Hemos completado el trabajo señor Andersson, cada victima con un órgano al azar destituido de su cuerpo, separado y puesto a su merced, me despido adjuntándole aquí mis más cordiales gratitudes por la jugosa paga”.

Rogelio Machuca


No pude evitar mirarme en un reflejo, en aquella laguna del parque, cuando me di cuenta que mis ojos no estaban y mi cara estaba toda ensangrentada y maltratada.
Con la carta en mi poder y conocedor de mi triste muerte y mi no existencia en este mundo solo se me ocurrió una idea para hacer justicia.
Dejé la carta en la casa donde solía yo habitar, paseándola como un espectro por todo el vecindario, llamé la atención de mi madre y al verla llorar me di cuenta de que ella conocía sobre mi muerte y que esa era la causa de su sufrimiento.
Lamento tanto no haberme despedido, pero más lamento el haber partido en un momento tan doloroso como lo es el haberme peleado con ella.
Cuando mi padre nos dejó, fui lo único en la vida de mi madre, siempre nos llevamos bien y el pelearme con ella fue algo que a mí también me dolió.
Solo por no aceptar mi error al decirle que su vida sin mi era una maldita desolación.
Cuando todo esto se resolvió, y todos se dieron de cuenta de que yo había sido una de las tantas víctimas de los enfermos Andersson, me desvanecí.
Tal vez con el perdón de mi madre o sin él pero es algo que en particular yo jamás me perdonaré.
Llegó el momento en el que mi alma por fin descanso y de nuestro triste mundo desapareció.